UN GRITO DE ALERTA PARA QUE NO SEAMOS TONTOS

“Lo peor es que ya tengo sueño”, dijo Izabel Suzuko Dias, de 73 años, cuando le pregunté si ya estaba lista para el desafío. Ella vive en São Jose do Rio Preto y vino a Santos para disfrutar el festival de teatro. Un viaje de 6 horas, lo mismo que duraría el espectáculo que estaba por comenzar.

Um Museu Vivo de Memórias Pequenas e Esquecidas (Un Museo Vivo de Pequeñas y Olvidadas Memorias) es la obra exótica de Mirada 2018, que divide opiniones, exalta pasiones, incita a aquellos que están dispuestos a vivir experiencias menos convencionales. Principalmente por tratarse de un monólogo. Algunos dicen no querer verla de manera alguna y otros acuden al festival especialmente por ella.

La expectativa era grande. En la antesala, donde se realiza la introducción del espectáculo, se escuchaba una especie de risa, sin mucho entusiasmo, proveniente de varios espectadores en situaciones que en realidad no eran muy cómicas. Atrás de mí, una persona repetía cosas supuestamente graciosas, quizás por el acento de la portuguesa Joana Craveiro, creadora, directora e intérprete. Se sentía en el aire un sentimiento al estilo de: ya que me he dispuesto a afrontar ese maratón, necesito disfrutar cada momento intensamente.

El catálogo del festival informaba que la duración es de 330 minutos, con derecho a una cena. La cena debe estar incluida en el tiempo total de duración, de esa manera la presentación por si sola debe durar “solamente” unos 300 minutos, pensé. 5 horitas.

En la sala del espectáculo, Joana Craveiro entra en escena con dos valijas, una verde y otra roja, los colores de la bandera de Portugal. Es una invitación a un viaje por una carretera sinuosa que transita por dos períodos históricos: la larga dictadura portuguesa (48 años, de 1926 a 1974) y el período que empieza en la Revolución de los Claveles, el 25 de abril de 1974, y viene hasta los días de hoy.

Como una profesora, Joana se posiciona atrás de una mesa de madera antigua y va contando historias, a medida en que coloca objetos de la colección de su museo vivo bajo un retroproyector: libros, discos de vinilo, documentos, fotografías, carteles. Ampliadas, las imágenes aparecen en una pantalla de retroproyección atrás de ella.

Pero la artista no se queda allí todo el tiempo. Ella circula por otros rincones del escenario. Pone a reproducir un vinilo en un tocadiscos, empuja vehículos en miniatura por el suelo para representar movimientos de ejércitos. De repente, la profesora que relata las historias del régimen dictatorial da lugar a un personaje que lo vivió. El tono de voz se vuelve enérgico. Ella hace un fuerte discurso en contra de la guerra colonial (cuando Portugal combatía movimientos de independencia en las colonias africanas) y en contra de la parte de la sociedad portuguesa que la apoyaba.

Joana sale corriendo, agarra una silla con un uniforme militar apoyado sobre su respaldo. Arroja la silla al suelo con fuerza. Repite la acción con otras tres sillas. Las sillas representan soldados enemigos. La artista mantiene ese movimiento todo el tiempo, alternando entre el personaje que está en el presente, dando su clase, y los otros personajes de la historia que se cuenta.

En el lado opuesto del escenario, aún inmune a los horrores de la guerra, sigue intacto un lindo mueble con 12 pequeños cajones cuadrados, distribuidos en 2 columnas con 6 cajones en cada una, sostenidos por 4 apoyos con aproximadamente 40 cm de alto, levemente curvados. Sobre el mueble, un portarretratos, una lámpara de mesa y un teléfono verde de disco. Son detalles que nos invitan a rescatar nuestra propia memoria, a recordar donde estábamos y qué hacíamos cuando la democracia aún era un sueño distante en nuestro país.

Con un escenario tan rico, un período histórico tan largo y un dispositivo narrativo tan variado, el espectáculo solo se alargaría. Y un texto acerca de este tampoco podría ser muy breve. Pero sigamos adelante, que eso de pocos caracteres es cosa de “twitteros”.

Joana Craveiro, evidentemente, habla en su idioma nativo, el portugués de Portugal, el cual muchos brasileños tienen dificultad para entender –quien sabe por qué, pero es lo que sucede–. Se proyectan en pantalla de retroproyección subtítulos electrónicos en español y algunos espectadores no les quitan los ojos de encima. El técnico encargado de los subtítulos se pierde en varios momentos, porque la artista habla mucho, habla rápido y aún, improvisa.

Debido a imprevistos, la presentación de viernes, 7 de septiembre, duró 6 horas. Y, no, la pausa para la cena no estaba incluida en la duración. Así, la audiencia entró al salón instalado en el C.A.I.S. Vila Mathias un poco después de las 19 h y salieron únicamente a las 2 h de la mañana.

Uno u otro se escapó antes del final, pero la mayoría enfrentó todo el maratón. Incluso la señora Izabel, que tuvo dificultades con el idioma al principio, pero después se acostumbró y dijo que le encantó la experiencia.

No es para menos. El material de archivo que Joana reunió para el espectáculo es algo increíble. A la medida en que va contando sus historias, ella va sobreponiendo una foto a la otra, después un libro sobre las fotos, después un pedacito de cartón con una frase importante, una sigla. Vemos todo en la pantalla de retroproyección y eso hace que el tiempo vuele, en una mezcla muy armónica entre información y entretenimiento.

La sigla más frecuente, que Joana pone muchas veces en el retroproyector, es PIDE (Policía Internacional de la Defensa del Estado). Era una especie de DOI-CODI (Departamento de Operaciones de Informaciones, Centro de Operaciones de Defensa Interna) de los portugueses, encargada de asegurar el orden y mantener los opositores bajo control, torturando y asesinando si fuera necesario.

Al repetir insistentemente el nombre de la policía política, la artista parece querer martillar en nuestra cabeza algo que no debe quedar olvidado en el pasado. La clave temática del espectáculo es clara: la sociedad portuguesa tiene la costumbre de tratar de olvidar las memorias de su dictadura, por una especie de “construcción de identidad de que somos personas endebles”, como explica la artista. “Entonces, no es posible que hayamos hecho todo eso.”

¿Todo eso qué? Son incontables los ejemplos, pero mencionaré únicamente la tortura del sueño, que consistía en utilizar métodos de tortura para impedir a la persona que durmiera: meterle un lápiz a la nariz, tirarle agua fría, proyectar sonidos de voces en altavoces. El gran objetivo, según ella, era destruir la subjetividad política de los presos políticos. Joana cuenta sobre la militante Aurora Rodrigues, que sufrió esa tortura por 16 días seguidos, logró mantener la sanidad y escribió un libro al respecto. El libro se encuentra en el museo vivo, claro.

La persona que está en la audiencia incluso puede querer dormirse por la larga duración, especialmente después del amplio menú servido en la pausa, que incluye buñuelos de bacalao, caldo verde y un platillo preparado con arroz, frijol y harina. Algunos apoyan sus cabezas en el hombro de la persona al lado. Otros ponen el codo sobre el muslo (su propio muslo, en este caso) para que puedan apoyar el mentón sobre la palma de la mano. Pero cuando se escuchan historias como la de Aurora, es como tomarse un sorbo de café extra cargado.

El humor también ayuda. Joana, era hija de militantes de izquierda, ella cuenta que la madre era partidaria de la corriente maoísta y el padre de otra corriente. Cuando era niña, escuchaba a su padre diciéndole a su madre maoísta y ella creía que era una mala palabra. ¿Será que su madre había hecho algo "mao"? Solo comprendió el significado de ese término años después.

La presencia familiar en la narrativa no se resume a los padres. Para ejemplificar lo que considera contradicciones en el régimen, Joana utiliza como ejemplo un tío fascista que tenía un vinilo con discursos de “Lenine”. Por un momento, tal vez distraído por el cansancio que empezaba a quitar mi concentración, pienso que ella se refiere al cantante pernambucano. Pero afortunadamente ella enseña la capa del vinilo, en la que se observa la inconfundible figura de Lenin. Los portugueses le dicen Lenine.

Según la artista, esa es la probable explicación del hecho de que la lista de libros prohibidos por la dictadura contenga el nombre del escritor francés Jean Racine. “Debe ser porque tiene la misma terminación que Lenine”, dice Joana, que ironiza con el hecho de que la lista contenga también Petite Planet, de la colección Larousse. “Debe ser porque el nombre de la editora francesa recuerda a ‘Rusia’."

La obra es así por completo, llena de humor para ablandar las memorias de un tiempo amargo, que los portugueses prefieren olvidar. En ese sentido, quizás sean más atrasados que nosotros. Joana recuerda que Brasil constituyó su Comisión de la Verdad para investigar crímenes cometidos por la dictadura, algo que jamás existió en Portugal y, según ella, nunca existirá.

Joana establece varias conexiones con Brasil. Una de ellas es reproducir un fragmento de la canción Tanto Mar, de Chico Buarque, que menciona la flor que simbolizó la Revolución de 1974. “Sei que está em festa, pá; Fico contente; E enquanto estou ausente; Guarda um cravo para mim” (“Sé que estás en fiesta, pá; me alegra; y mientras estoy ausente; guárdame un clavel”). La otra es una versión en forma de crónica de Aquel Abrazo, de Gilberto Gil, con una letra que habla acerca de la huida de dictadores portugueses hacia Rio de Janeiro. Finalmente, en 1974, nuestra dictadura estaba en el auge y con los brazos abiertos para ellos.

La artista sabe que estar sentada por 6 horas en una silla de plástico no es fácil y propone interacciones para sacar a la audiencia de la condición de ser apenas un espectador. Pero la respuesta es tímida. Pide que las personas canten junto con ella los refranes de las canciones portuguesas. Nadie canta. Parece que nadie conoce, ni siquiera Grandola Vila Morena. Hace lo mismo en Tanto Mar. Pocos la cantan y ella ironiza. “¿Ni esa se la saben?”. Distribuye libros y sugiere que las personas lean en voz alta, comenten con los de al lado. Yo recibo FBI - Abuso de Autoridad. Mi vecino de la izquierda, La Bancarrota de la II Internacional, de Lenin. La de la derecha, El Combate Sexual de la Juventud, de Reich. Pero se escuchan apenas murmullos.

La apatía de la audiencia me recuerda el diputado alemán Martin Schulz, que en una entrevista reciente al periódico Folha de S. Paulo, pidió que la “mayoría silenciosa” de Brasil subiera la voz contra el avance del fascismo, en referencia al filósofo Edmund Burke, que decía en el siglo XVIII: “Para que los malos ganen, basta con que los buenos se callen”.

En ese momento me quedó clara la absoluta actualidad del monólogo de Joana Craveiro, la urgencia de resonar la desesperación de la dramaturga con relación al silencio. Si algunas veces ella parece tener verborragia en escena, tal vez sea porque andamos muy callados, apáticos. Ella es nuestro espejo con propia voluntad, a reflejar aquello que deberíamos hacer, antes de que sea tarde.

Cuando compuso Tanto Mar, Chico pidió que los portugueses mandaran “urgentemente un olorcito de romero”, ya que en Brasil las cosas estaban negras –expresión brasileña utilizada para decir que las cosas andaban muy mal– (perdonen la referencia racial peyorativa, es únicamente para hacer referencia a su otra canción). Creo que además de la impresionante colección de su museo vivo, Joana Craveiro también trajo en su equipaje un poco de romero, del cual el aroma nos sirve para advertirnos: no sean ustedes, brasileños, tontos como los portugueses, si no, la democracia suelta las velas y se va a navegar.

 

Julio Adamor, periodista, coordina Punto Digital Mirada 2018