Por Valmir Santos*
El campo autobiográfico y la ambición ingeniosa conforman un balance fértil en el espectáculo del grupo Chakana Teatro, de Bolivia.
Su autor, Ariel Muñoz, también dirige, protagoniza y se convierte en la fuente principal de la actuación. La mirada retroactiva sobre la vida en sus primeros 30 años, precisamente a partir del vientre de su madre, a los seis meses de edad, hace de Chancho una estimulante investigación a la manera de la crítica genética.
Como en la literatura y demás áreas de expresión, en que el proceso creativo reconstituye desde los esbozos de los investigadores por detrás de los rastros de materialidad, el drama roza los vestigios de la oralidad de la madre y de una tía. Construye un mundo representacional en que la memoria no oculta las alas de la ficción.
El montaje hace que esa distancia sea presente e íntima sin subordinarse la mera figura del yo. A tal punto que el autor evita usar su propio nombre, llamándose a sí mismo como Eduardo.
Estamos ante un sistema narrativo en que las voces del hijo y de las dos mujeres a las que se resume la familia, la madre y la tía (por Glenda Rodríguez y Adriana Ríos), también atraviesan el habla de quien narra.
Él es el hombre que ocupa una de las cabinas del baño de un aeropuerto. En cierto momento, su posición corporal se asemeja a la escultura O Pensador, de Rodin. Es el mismo aeropuerto en el que se obligó al padre, de origen extranjero, a embarcar hacia otro país al comienzo de la década de 1980, y fue trasladado por dos hombres.
De lo que entendió sobre lo que le contaron del episodio, quedaron votos de amor y fe barajados en las razones que culminaron con la partida o desaparición, antes de haber nacido.
Además de la gravitación del fantasma paterno, la falta lo que lo impulsa, Eduardo es tomado por un impase pueril, pero fundamental en su existencia. Romper o no el clásico cofre en forma de cerdito que su madre le regaló a los 6 años, sellándolo a ahorrar hasta que el padre regrese. Tanto en español como en portugués, “chancho” significa puerco.
Fue privado de disfrutar de la reserva durante todos esos años. Una metáfora. La preocupación sobre el ahorro establece al origen de la clase. El heredero / editor de esos recuerdos pasó años limpiando el suelo de un hospital especializado en gastroenterología. (Así como toma al baño como un territorio de reflexión, el texto avanza sobre el campo de la fisiología, el funcionamiento de los organismos. De hecho, hay un cuerpo rumiando y resonando de principio a fin: el de ese sujeto).
Por otra parte, confiarse de las monedas guardadas significó posponer los potenciales de una vida con más autonomía. La escena es la que conduce a esa lectura psicológica, no está en el primer plano de las actuaciones. Al contrario, en estas el registro del evento prepondera sobre lo dramático.
El pintoresco espacio escénico tampoco se aferra a la presunción de lo real. El baño público es más sugerido que dado, incluso porque la historia se fragmenta y se abre a la genealogía indígena de los países andinos, incorporando el canto mítico en quéchua. Se presuponen aquí las secuelas del proceso colonizador a los nativos de una nación.
“Entre hacer y no hacer, se tiene que hacer” exclamó el protagonista, resignado a contar esa historia con amor, el sentimiento por medio del cual fue concebido, como siempre se aseguró de recordar a la madre. “El tiempo cura todo”.
Diferentes flashbacks parecen actualizarse en la conciencia de Eduardo en el preciso instante en el que está por viajar a la provincia canadiense de Quebec, en Canadá. Sí, los desplazamientos son de naturaleza geográfica también. Ha venido de aquel país el teléfono del representante de una congregación religiosa, informando sobre la muerte de aquella persona a la que nunca vio y ahora no está seguro si debe hacerlo. ¿Cuál es el impacto de ver el rostro del padre por primera y última vez, pero ya muerto?
Es posible hacer una analogía del espectáculo con el arte y la técnica del carácter de objetos esculturales a partir de la materia prima de la arcilla. La sustancia terrosa proveniente de la degeneración de las rocas puede tener un color variado, de blanco a rojizo, así como la plasticidad y la capacidad de absorción del agua. De igual manera, la luz del escenario del espectáculo refleja ese paisaje cambiante.
En otra breve ventanilla hamletiana, Eduardo / Ariel insiste en que la alcancía está hecha de barro, mientras que la madre o la tía retruca que el objeto nació de la cerámica. Como en una fotografía imaginaria o con los ojos vendados, el universo sensorial de Chancho crea paralelos de la escucha y del silencio, dos cualidades distintas y complementarias del ser en busca de una afirmación de la identidad.
Fundado en el año 2012, con sede en Santa Cruz de la Sierra, el Chakana Teatro tiene el nombre inspirado en la expresión indígena de origen precolombino. Se trata de un símbolo con la forma de una escalera de cuatro lados, un diseño que hace milenios da lugar a múltiples interpretaciones. El arte de Ariel Muñoz y el grupo puede ser comprendido por ese prisma, como evidenciaron en el paso por Mirada.
*Valmir Santos es periodista, crítico e investigador. Creador y editor del sitio Teatrojornal - Leituras de Cena. Máster en artes escénicas por la USP.