Ni bien los pies salen del barco que acaba de cruzar el mar rumbo al Museu Histórico Fortaleza de Santo Amaro de Barra Grande, en Santos, y el silencio invade el ambiente. A cielo abierto, las voces se callan delante de los cerros, de la inmensidad del mar y de las ruinas blancas que narran la Historia de la ciudad. Los cuerpos, dispuestos en silencio en el paisaje de afuera, anuncian el espectáculo. El público tiene alrededor de 50 personas y, de inmediato, entiende el mensaje. Como si estuviera en una minúscula sala de teatro, él responde con una silenciosa y a veces jadeante expectativa.
Fortaleza es el escenario de la obra Manufatura de Monólogos, proyecto para crear monólogos con artistas de la Baixada Santista. El director Luiz Fernando Marques, Lubi, ya había pasado las primeras orientaciones aún en el barco: la presentación ya estaría en marcha al anclar y, cuando uno de los actores levantara la mano, cada uno de ellos debería unirse con la persona que tuviera una pulsera del mismo color, accesorio colocado en el puño a la hora de entregar el boleto. Después de un breve preanuncio, se da la señal y se forman cinco grupos. Cada uno va en una dirección de Fortaleza. A partir de allí, cada uno asistiría, simultáneamente, a un monólogo y después a otro y a otro... Hasta que los cinco grupos asistiesen a los cinco monólogos.
Foto: Marcel Verrumo
Entre árboles, ramas y barrancos comienza el primer monólogo. En la escena, el personaje casi sin ropa parece lucha contra la naturaleza que se encuentra a su alrededor, a veces la odia, a veces la ama. Es un caminante sin certezas, sin límites, sin barreras. En el segundo plano, la representación se acondiciona con una voz que reflexiona sobre el hogar y el cuerpo. Sobre cuánto el cuerpo es hogar y sobre cuánto el hogar se transforma en cuerpo, aun cuando este tenga como techo un cielo de estrellas.
Foto: Marcel Verrumo
Se derraman lágrimas en el segundo monólogo. En la cima de las rocas, una persona de raza negra pregunta sobre cuánta responsabilidad carga el llanto de una mujer de su raza. Además de eso: reconoce sus debilidades y grita que, a ella, como a tantas mujeres negras, tienen prohibido llorar, negación creada por la exigencia de honrar la lucha cotidiana de sus antepasados, que también convivieron con ese miedo y los "no" sin dejar que sus debilidades hablen más alto.
A medida que suceden los monólogos, la caminata por Fortaleza conduce a nuevos lugares, haciendo del espectáculo un enfrentamiento no solo de cinco historias, sino de espacios donde ocurrieron muchos de los acontecimientos de la ciudad, lugares que ahora están resignados por las escenas que albergan.
Es esa resignación que parece asumir el primer plano de uno de los monólogos dentro de la propia Fortaleza, en una habitación oscura y totalmente cerrada. En un silencio ensordecedor, un hombre se pierde entre tazas, retratos y recuerdos de su familia. Corre de un lado a otro de las habitaciones, entra por las ventanas y sube al techo, cambia entre negativos de fotos y maletas de legados. Se trae el recuerdo al centro del escenario sin necesidad de decir una palabra, hay monólogos que dicen tanto sin que, para eso, necesiten decir una palabra.
Y también está lo contrario: el verbo como protagonista. Un chico de mediana edad, que creció con el concepto de ser el primero, busca honrar la memoria de uno de sus ídolos, Oscar Wilde. El público se ríe con el humor de la historia y lo absurdo que envuelve los recuerdos, que ahora parecen fruto de lo vivido y de la imaginación.
El final es a cielo abierto, donde Fortaleza satisface la ciudad y donde el quinto y último monólogo se encuentra con una mujer desnuda, acostada boca abajo en la parte superior de rocas. La historia de una recolectora que pintó su carro de basura con poemas es el lema para hacer una reflexión sobre la exclusión, la violencia social, el arte. La fuerza de Pagu, figura santista tan representativa en el escenario nacional, es exaltada y cierra el ciclo de los monólogos.
En un espectáculo en el que los recuerdos se representan de diferentes formas en cada uno de los monólogos, el espacio parece ser el protagonista de un sexto monólogo, narrando las historias de los Santos. Al final, el monólogo de Fortaleza parece ser como los cinco anteriores: un texto que mezcla hecho y ficción, presente y pasado, arte y realidad, y que da origen a algo nuevo y que dialoga con todos esos conceptos sin limitarse a ellos.
Cuando toman el barco para regresar a la ciudad, el silencio continuo del público da lugar a las primeras palabras. El final de la tarde ya no está tan nublado como al principio del espectáculo. El cielo está abierto a las posibilidades, tales como las reflexiones abiertas por la obra Manufatura de Monólogos.
Marcel Verrumo, editor web del Sesc