CASA DE LA CONCIENCIA (O DE LA COSECHA DE SEMILLA MUERTOS)

Por amilton de azevedo*

La perspectiva humana de los horrores institucionales cometidos en nombre del bienestar de la patria se presenta como una constante en la aproximación histórica de países latinoamericanos. En el espectáculo "Labio de Liebre", del Teatro Petra, un responsable de miles de asesinatos –cuyo castigo es cumplir tres años de arresto domiciliario en el exilio– se enfrenta a fantasmas de su pasado.

La escenificación de Fabio Rubiano Orjuela (que también interpreta al verdugo Salvo Castello) establece, poco a poco y no sin gran extrañamiento, una lógica propia. La casa de Salvo –en un lugar ermita de algún país neutro de Europa donde el invierno es incesante– se configura inicialmente como un ambiente realista. Sin embargo, luego en la primera escena, tonos fantásticos aparecen.

Al principio, parecen presentarse imágenes aisladas, metafóricas, extrañas. Una liebre aparece en la ventana; el hombre que visita Salvo parece ser el único en escuchar a la señora que ya estaba en escena, limpiando la casa. Entre las escenas, árboles y vegetales pasan a invadir cada vez más el escenario.

Estos elementos pasan, a lo largo de la escena, a justificarse y construir nuevas capas de lectura para "Labio de Liebre" –el propio título de la pieza, que remite al labio leporino de uno de los personajes–, se consolida como una poderosa metáfora acerca de infanticidios.

El espectáculo político por excelencia, la obra materializa los fantasmas de asesinados cuyos cuerpos nunca fueron encontrados. De forma cómica, la familia Sosa a veces actúa como espíritus burlones, moviendo cosas y haciendo ruidos; sorprendiendo a Salvo en busca de su objetivo –una declaración de culpa por los asesinatos–. La responsabilidad del culpable, además de localizar los cadáveres perdidos, serviría como legitimación de la existencia no sólo del crimen, sino de esos sujetos.

No se trata de una búsqueda de venganza, tampoco de reconciliación, aunque sea posible aprehender, en la trayectoria de la pieza, la construcción de la posibilidad de toma de conciencia del verdugo sobre sus actos. El hogar en el exilio se presenta, de esa forma, como una casa donde éste revisa sus recuerdos para, tal vez, reelaborarlas. "Labio de Liebre" se apoya en el realismo mágico para, con naturalidad, colocar verdugo y víctima frente a frente, sin buscar explicar los medios por el cual el encuentro se da –no importa si estamos en el campo de la memoria, de la alucinación o real–. El público acepta la situación y, en este sentido, la obra es generosa en la construcción de su propia lógica, innegablemente absurda.

Ácida, la dramaturgia genera un humor incómodo en los espectadores. Las relaciones entre los personajes traen una positiva complejidad para lo que podría convertirse en un discurso al ras de la culpabilidad. Cabe señalar, sin embargo, que la figura de la hija trae otro tipo de extrañeza, si por un lado sus actitudes acaban "justificando" el rótulo que se le coloca, el hecho de ser una víctima de abuso sexual (y, por lo que la interpretación de la actriz da a entender, aún muy joven) se incluye allí un comportamiento que parece sostener una narrativa al menos peligrosa.

Al paso que transitar por las diversas complejidades trae en sí ciertas polémicas, en este caso sus acciones parecen, en algunos momentos, un recurso cómico un poco despegado de las temáticas principales - aunque ellas desencadenan las discusiones que las desarrollan.

Dentro de la relación de la familia Sosa, es fortuita la forma con la cual la obra logra realizar una crítica acerca del machismo estructural dañino que opera en familias más humildes. Al mismo tiempo que la matriarca es una mujer extremadamente fuerte, confrontando sin pudor al asesino que la mató, ella también se muestra sumisa en varias ocasiones –sea recordando al marido, sea en el conflicto con Salvo–.

La brutalidad de "Labio de Liebre" se muestra en la forma metafórica y cómica con la que lidia con un tema tan fuerte. Lo gracioso está allí, lo absurdo también; pero conforme las cosas pasan a conectarse, la risa es sustituida por una potente incomodidad frente a lo que sucede. De forma hábil, la pieza se sumerge en el lugar común de "colocarse en los zapatos del otro" como herramienta generadora de alteridad. El juego de representación creado por los personajes establece una nueva relación de culpa entre la familia y Salvo. La presencia fantasmagórica transita entre alegoría de la efectividad de una justicia, aunque póstuma, y la búsqueda de aquellos muertos por clausura, que sería su liberación.

Así, el espectáculo trae esa doble complejidad que lo redimensiona. Y no que haya justificación alguna para el genocidio. Los momentos de exposición argumentativa de Salvo son ridículos y risibles. A veces apunta a la supuesta banalidad de su mal; de Eichmann, sin embargo, no tiene nada: no se trata de un mero cumplidor de órdenes, sino de un asesino a sangre fría.

El escenario, cada vez más contaminado por las plantas –hasta el punto donde la casa también se convierte en parte del bosque– concreta la imagen revolucionaria de que las personas muertas por motivos políticos se conviertan en semillas. Las ropas entre hojas son de la ficcional familia Sosa, pero también de todos los hijos y nietos de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo y de los huesos enterrados en Atacama. Trazando paralelos con nuestra realidad nacional, son los cuerpos de la zanja clandestina en el cementerio de Perus, las víctimas de la violencia policial, hijos de las madres de Mayo. Y es imposible no recordar a Marielle Franco.

Siguiendo en esta perspectiva histórica, la obra dialoga de forma casi directa con nuestro proceso de amnistía. Si en "Labio de Liebre" el criminal al menos fue relegado al exilio –aunque con una pena ridícula– en nuestro país todavía vivimos las vueltas con los perpetradores de horrores de nuestra dictadura. A diferencia de una toma de conciencia proporcionada por el recuerdo de nuestro pasado, por aquí dejamos encender la memoria.

*amilton de azevedo es artista-investigador, crítico y profesor. Escribe para la Folha de S. Paulo y para su página, ruina encendida. Responsable por la disciplina "Estudios sobre la enseñanza del teatro" en la licenciatura del Célia Helena Centro de Artes y Educación.