Por amilton de azevedo*
En el escenario cubierto de tierra, pequeños bloques de madera remiten a un cementerio abandonado. Poco a poco, los cuatro jóvenes artistas (mexicanos, argentinos y ecuatorianos) recogen y apilan estos objetos. Intentan equilibrarse y, según aumentan las ganas, las caídas son más constantes.
Mientras las metáforas iniciales de Funeral para la idea de un hombre (Funeral para a ideia de um homem), del Colectivo Funeral para una idea se presentan de forma transparente, lo que ocurre en la obra es una atmósfera de gran delicadeza poética, que no significa que se trata de una obra liviana.
A partir de las posibilidades de elaborar el propio funeral como forma de deconstrucción de acciones y pensamientos socioculturalmente arraigados, el espectáculo se centra en el entierro de conceptos tradicionales de lo que significa ser hombre.
Equilibrados sobre los bloques apilados, los artistas vislumbran la inestabilidad de construirse a partir de una supuesta concreción que no está efectivamente dentro de quienes somos. Es una especie de despedida, anuncian lo que quieren dejar atrás en esta partida.
Los valores perversos embutidos en el concepto de masculinidad se presentan de forma sutil, a veces, casi distanciada. En este sentido, parece que toda la autocrítica necesaria para que parte de los hombres que son ha sido enterrada y se realizó durante el proceso de creación. Lo que surge en la escena, incluso en los momentos donde hay cierta agresividad en el discurso, es, entonces, el renacimiento de este nuevo hombre.
El trabajo con los bloques de madera da lugar a diversas interpretaciones. Sí, al principio parecen lápidas, después sugieren ideas y valores impuestos; también, en un recurso escénico interesante que podría trabajarse con más profundidad, se convierten en pequeñas personas, en una especie de teatro de formas animadas.
Más allá del significado de los objetos, también se debe observar la insistencia con la que los artistas manejan la construcción y la desconstrucción, con los bloques que a veces actúan en favor de sus acciones y, en muchas otras, en contra. Así, es posible entender la idea de la necesidad del ejercicio diario de reflexión propuesto por Funeral para la idea de un hombre: el apoderamiento subjetivo, fundamental para el establecimiento de este hombre que busca librarse del machismo dañino estructural de nuestra sociedad, es una batalla que no tiene fin.
De esta manera, la conciencia de la propia finitud se complementa con la conciencia de nuestra imperfección. Paulo Freire, en su obra Pedagogía de la Autonomía, reflexiona acerca de esta idea. “Donde hay vida, hay futuro”, afirma el pedagogo. Según Freire, a partir de la invención del lenguaje y consecuente establecimiento de la comunicación de lo inteligible por el ser humano, ya no existe la posibilidad de “existir sin estar disponible a la tensión radical y profunda entre el bien y el mal, entre la dignidad y la indignidad, entre la decencia y la falta de pudor, entre las cosas bonitas y las feas del mundo”.
La imperfección del ser humano nos permite, al reconocernos e incluso condicionados por las fuerzas socioculturales, tensionar radicalmente los valores heredados y los posiblemente nuevos. En lo que se refiere a herencias históricas, el colonialismo presente en nuestras relaciones intersubjetivas también se encuentra en la puesta en escena.
En lo que se configura como momento más frenético de la obra, se presenta un asertivo discurso de Zully Guamán que trata sobre la terrible cultura de la violación. Mientras ella continua con una partitura incesante y exhaustiva, Juan Lautaro Veneziale baila al ritmo de la música electrónica y, de forma ácida y agresiva, apunta críticamente la exaltación de todo lo que involucra a los países europeos, aún presente en nuestro continente.
La danza se configura como un lenguaje constante a lo largo de todo el espectáculo. Las coreografías dialogan con textos narrativos y crean imágenes de gran plasticidad. Los artistas hacen un buen uso de sus potenciales no solo del campo de la danza, sino también del circo. Incluso en momentos puntuales, la habilidad técnica se sobrepasa el carácter expresivo. En general, la composición y el movimiento escénico son muy bien construidos a través de esos recursos.
El diálogo entre el teatro, la danza y el circo se presenta de manera interesante en la relación entre la acción y la palabra. A veces, se configuran cuadros simultáneos en el escenario, y cierto desequilibrio entre ellos agrega distintos niveles de lectura a lo que está siendo narrado (o bailado).
Guamán, única mujer en escena, aparece como quien abre los caminos a las desconstrucciones individuales de sus compañeros. Es el modelo femenino lo que apunta a la dureza de la propia existencia, y el masculino, admirando esa fuerza, se refleja en la lucha de la compañera para enfrentar a sus propios desafíos.
La dramaturgia firmada por ella colectividad (completan el grupo, además de Guamán y Lautaro, Javier Pérez Caicedo y Luis Miguel Cajiao) se estructura de forma fragmentada, con testimonios individuales y escenas relacionadas. La elección de la ligereza de la poesía, a pesar de la densidad del tema, es acertada y favorecida por una banda sonora también muy precisa, que puntualiza las distintas atmósferas visitadas por Funeral para la idea de un hombre.
Al proponer una discusión de carácter político con altos costos para nuestros tiempos, la joven colectividad alcanza el campo sensible del espectador. Más que implantar la muerte de quien ya no queremos ser, la obra apunta a la delicadeza del renacimiento. Un funeral de la desconstrucción al nacimiento de lo posible.
*amilton de azevedo es artista-investigador, crítico y profesor. Escribe para la Folha de São Paulo y para su sitio web, Ruína Acesa [ruina encendida]. Responsable por la disciplina "Estudios sobre la enseñanza del teatro" en la licenciatura del Célia Helena Centro de Artes e Educação [Centro de Artes y Educación Célia Helena].